Apenas comenzamos a ver luz al final del túnel. De nuevo se encienden las alarmas. Como conejos asustados nos guardamos en las madrigueras.
Hoy más que nunca los postulados que Rolando Toro enunció están cada vez más presentes y son más realistas.
Esta situación que vivimos con la pandemia nos ha arrojado a un pozo de obscuridad, soledad e individualismo que si no buscamos pronto solución nos conducirá a nuestra propia extinción como especie.
Hace relativamente poco una buena amiga me venia a decir que ella presiente que esto es el principio del fin…
No. No nos podemos arrinconar. No podemos renunciar al contacto como derecho fundamental para la supervivencia. Necesitamos acariciar y ser acariciados para sentirnos de nuevo amados y recuperar la capacidad de amar. No podremos transitar la aflicción, la tristeza, la soledad si en el camino nos olvidamos del otro. Existo porque tu me reflejas mi existencia y me veo en tu mirada y juntos nos recogemos en un abrazo.
Desde aquí reivindico el proceso terapéutico de la biodanza, y reclamo de nuevo el celebrar la ceremonia del encuentro humano. Los encuentros de miradas, de abrazos, la unión en la danza ancestral que siempre en otro tiempo sirvió para la preservación de la especie.
Tenemos el derecho y la obligación de levantarnos de nuevo, ponernos de pie y avanzar unos hacia otros hasta formar el nido ancestral donde todos somos uno.
Añoro la ronda donde te veía, añoro las manos que junto con las mías abrían el corazón de la danza. Añoro la vida y reivindico vivir.
Por eso yo personalmente no voy a claudicar. Pronto estaré danzando contigo si tú me dejas.